martes, 7 de octubre de 2008

MC COLT por Carlos Ortúzar



Tucson se detuvo repentinamente. Había estado vigilando el momento en que Amber decidiría desenfundar el revólver, esperando que lo hiciera. El movimiento fue tan rápido cuando se produjo, que Tucson fue casi sorprendido. La mano izquierda de Amber se movió para asir y retirar la solapa de su chaqueta. La mano derecha, sin tomar en cuenta el revólver que pendía de su muslo, se introdujo por la abertura para tomar el otro revólver, el que colgaba de su hombro bajo el sobaco.

Tucson saltó hacia un lado y movió su mano hacia abajo, al mismo tiempo. Oyó el estruendo del arma de Amber, que se produjo antes que desenfundara el suyo, pero se había movido con demasiada rapidez para que su enemigo pudiera apuntar bien. Por dos veces sintió el retroceso en su mano. Los disparos sonaron como uno. Amber retrocedió intentando conservar el equilibrio. El revólver de cañón corto que aprisionaba en su mano, se levantó a medias hacia Tucson, pero su fortaleza estaba desvaneciéndose, sus dedos se entreabrieron y permitieron que el arma cayera a tierra, al mismo tiempo que su cuerpo se derrumbaba inerte. El humo de la pólvora ascendió lentamente en el aire seco de Texas.

Esta escena nunca tuvo lugar en el “Lejano Oeste” ni en ningún otro lugar. Pertenece a al gran mito norteamericano, donde la conquista de los vastos territorios del Oeste requería, además de la obtención de tierras valiosas, la creación de una realidad propia y de un espacio virtual donde fijar los anhelos románticos y aventureros. Las incipientes ciudades y la llegada masiva de inmigrantes, necesitaban una mitología original, algo nuevo que fuera específico de esta realidad, que la sustentaran y le dieran sentido.

Desde el primer momento, relatos periodísticos, folletines y novelas por entrega, fueron publicados por imprentas y diarios, erigiendo en héroes a delincuentes comunes.

De manera que una tramoya especial en un escenario impresionante, pueden dar lugar a la creación de un mito que termina por convertirse en realidad, en este caso con la ayuda de ciertos elementos que le confieren verosimilitud, como los grandes arreos de ganado, el marcaje y herraje, la construcción del ferrocarril, la caza del búfalo, el bandidaje, la rivalidad entre granjeros y rancheros, las armas de fuego, la presencia mexicana, la agencia Pinckerton, el uso experto de los caballos.

Junto a esta escenografía, la utilería repetida como marca del género: el letrero “se busca” con la foto y nombre del bandido, la insignia del Sheriff, las manguitas y visera del telegrafista, las niñas emperifolladas del Saloon, el jugador de levita, el cantinero, la barra y el espejo, el vaso de whisky puro, etc.

El clásico duelo en que en un mediodía polvoriento dos diestros en el manejo del revolver se enfrentaban lealmente, premunidos de una puntería y una velocidad impresionantes, no era lo habitual como nos hicieron creer. Más bien se podía tratar de un siniestro ajuste de cuentas en un callejón oscuro, en tiempos en que la delimitación de las propiedades era bastante relativa y daba lugar a todo tipo de rivalidades.

El cowboy difería bastante del héroe literario y cinematográfico; se trataba de sencillos jinetes, con atavíos producto de las necesidades de su oficio, como el pañuelo al cuello para enjugarse la transpiración y cubrirse la nariz y la boca del polvo de los caminos y los aperos de montar que eran una copia fiel de los mexicanos, pero ese personaje de impecable traje oscuro, con dos revólveres en sendas cananas colgados de las caderas para “sacar” más rápido, era totalmente falso, producto primero de fantasías literarias y luego del cine.

Durante muchos años nos fue posible leer infinidad de novelas de cow boys, incluso de editoriales españolas como Bruguera, que luego cambiábamos en librerías a razón de dos por una, para continuar leyendo hasta tres por día, un vicio que reemplazaba ventajosamente a la televisión. Para lectores más exigentes había escritores como Zane Grey, autor refinado que le daba una mayor profundidad a los personajes, creando novelas emblemáticas del género.

Luego vino el cine. Desde muy temprano actores como Tom Mix o Roy Rogers, personificaron a héroes simples. Más tarde y en manos de grandes realizadores como John Ford, estos personajes se hacen más complejos y de carácter legendario, como Gary Cooper o John Wayne. Aun en nuestros tiempos existen caracterizaciones como las de Clint Eastwood en “Los Imperdonables”, que dan por tierra con la idea de que el género esta agotado. Parece que el cow boy seguirá cabalgando en el presente siglo, lo que sí es una hazaña.

De la misma manera, Borges, Guiraldes, José Hernández y otros pocos, crearon el mito del gaucho en la Argentina y su mayor exponente Martín Fierro.

Frente a esto, cabe preguntarse si no sería posible en una época menos ingenua como la nuestra, llevar a cabo una construcción mítica semejante en nuestro medio, siendo conscientes del efecto posible del artificio.

Existe un espacio en Chile, equivalente en grandeza y trascedencia universal, que si bien ha sido tocado por algunos escritores, como Coloane, no lo ha sido en cantidad suficiente. Se trata del océano Pacífico al sur del paralelo 40, lleno de accidentes geográficos, islas, istmos, golfos, canales y fiordos, afectados por vientos feroces y mares procelosos.

Desde tiempos inmemoriales, muchísimos hombres han recorrido esas aguas y muchísimos también han perecido en forma trágica, llenando las páginas de las bitácoras, de los diarios y libros de todas las épocas, con relatos sobre la crudeza de un territorio indomable.

En esos espacios magníficos hubo historias que no fueron recogidas en su momento por cronistas atentos, seguramente por la precariedad de la existencia en el lugar. Si lo hubieran hecho a la manera de Conrad o Melville, para quienes el mar era el lugar apropiado para el despliegue de temperamentos complejos sometidos a tensiones y vicisitudes que dieron lugar a verdaderos hitos de la literatura universal, se habría producido un ámbito rico en aventuras y testimonios del temple de los marinos de todos los tiempos. Llegará el día en que Chile vuelva su mirada hacia las azules praderas de su propio Oeste. Sus poetas escribirán entonces otras lejanías, inventarán nuevas Islas Negras, y nuestros escritores contarán historias de mar y de viento, de tabernas portuarias y amores de sirenas borrachas…