miércoles, 25 de abril de 2007

Julia Toro / El espejo de la memoria / Feria del libro de Bogotá, abril 2007











"Las fotos malas no existen"

“El espejo de la memoria” de Julia Toro


Ana Traverso Münnich
Universidad Austral de Chile


I

Si para Jorge Teillier un elemento central de su poética y de su preocupación cultural era el registro de la historia de una comunidad a través de la memoria escrita, para Julia Toro también es significativo el registro fotográfico de una historia que se visualiza en extinción. Ambas poéticas son traspasadas por la nostalgia y la preocupación por conservar en la retina modos de vida que en el presente se intuyen como excepciones y que se proponen como representativas de un tiempo que está pasando y concluyendo. En ese sentido, la imagen tiene la doble misión de fijar el tiempo y develar su movilidad, convirtiéndose en la felicidad estética: 

“Eso fue la felicidad: 
dibujar en la escarcha de los vidrios figuras sin sentido 
sabiendo que nada durarían”

A través del rostro, Julia Toro capta ambientes y los convierte en bienes culturales. De este modo, en “Memoralia 1973-2003” revisa treinta años de historia nacional a través del álbum familiar que cuenta la historia del niño de la casa. En “El Espejo de la Memoria”, en tanto, el ojo focaliza borrosamente al poeta en los espacios de una comunidad intelectual y literaria, que quiere preservarse y transformar en patrimonio cultural. 

“Pero no importa que los días felices sean breves 
como el viaje de la estrella desprendida del cielo. 
Pues siempre podremos reunir sus recuerdos, 
así como el niño castigado en el patio 
encuentra guijarros con los cuales forma brillantes ejércitos.”



II

¿Qué hace un fotógrafo cuando empieza a perder la vista? Julia Toro no se hace problemas y aprovecha esa mirada borrosa para modificar su propia estética. Así, le confiesa a Roberto Merino en una entrevista: “tengo los ojos gastadísimos, y hace unos años empecé a hacer todas las fotos desenfocadas. (...) ocupo el desenfoque porque (...) así está mi vista hoy” (en Merino 2001:14-15). 
Julia, entonces, juega con la borrosidad de la imagen, y de esta manera, la desprestigiada foto “movida” es resignificada, siendo la falta de nitidez otro de los recursos que nos hablan del “espejo de la memoria”. Así, al introducirnos en este pasillo de los recuerdos que nos muestra los rostros de parroquianos apostados en la barra de un antiguo bar, comenzamos a embriagarnos a través de este espejo que nos refleja una imagen borrosa, desenfocada, movida, igualando la mirada gastada de la fotógrafa con el leve mareo de aquellos habitué. 
Al contrario de lo que podría ser una mirada hiperrealista, que juzga, en cierta manera, lo que observa, ésta empatiza y hace el esfuerzo por desvanecerse, incorporar e integrar a los observadores en el mundo al que ingresa. 


III

Patricia García hizo un importante trabajo de recopilación de fotografías-testimonios de Jorge Teillier (2005). Identificó a parientes, amigos y escritores cercanos al poeta que describen las escenas, recuerdos, historias y momentos vividos junto a él, registradas en fotografías que componen el legado visual de estos personajes. A través de ellas es posible conocer el entorno afectivo de Teillier y constatar que el ámbito público está integrado al privado. Parece no haber diferenciación entre estos dos espacios porque el mundo afectivo e íntimo constituye todas las relaciones del poeta. La misma mirada que nos presenta Julia Toro al situar al bar como el escenario del trabajo-ocio y la amistad.
La contracara de este espacio personal y “aurático” la constituye el conjunto de 16 serigrafías que pretende mediatizar el rostro “seriado” de un Jorge Teillier bajo la estética de los años sesenta-setenta, parodiando a Andy Warhol, en tonos que parecieran haber sido “vivos” en el pasado (precisamente en los sesenta), hoy homogeneizados por el color sepia producto del desgaste ante la exposición a la luz, a la lluvia, al tiempo. ¿Ironías de la autora esta reproducción artesanal de una figura que ha terminando transformándose en el icono del “poeta inactual” en el medio cultural chileno? 




IV

Durante los años setenta, el poeta Jorge Teillier publicaba, entre otros medios, comentarios de actualidad en una columna del diario de izquierda Puro Chile. ¿Un poeta que se consideraba a sí mismo ya desde muy joven un nostálgico, dedicado a la actualidad? Por aquellos años, por cierto, los temas de interés eran la candidatura a la presidencia y luego el triunfo de Salvador Allende, así como algunos análisis del Gobierno de la Unidad Popular. A propósito de estos comentarios político-culturales, o también de encuentros literarios, publicación de libros, descubrimientos de antiguas “picadas”, o las visitas a los parientes y amigos del sur, se trasluce su condición de escritor originalmente provinciano. Y es que Teillier, a pesar de que se traslada a Santiago para estudiar Historia y Geografía en el Pedagógico, mantiene el contacto social con el espacio de la Frontera, lo que orientará su escritura. Pero no me refiero sólo a su poesía, la cual ahonda en la cultura de dicha zona, sino también a estos ensayos publicados, como digo, desde periódicos y revistas capitalinos (principalmente) que tratan de visualizar el escenario cultural nacional atrayendo hacia el centro las problemáticas de otras regiones y, sobre todo, dando cuenta, validando e inventando un modo de vida distintos que se postula, si bien no como “provinciano”, sí nacido de la provincia. 

Desde esta subjetividad que se esfuerza por validar una experiencia construida en oposición a la modernidad urbana, los temas de sus crónicas serán diversos, pero impregnados por la afirmación de lo que en aquel entonces se entendía como una muestra de vida de la provincia ya en evidente y paulatina transformación. Reflexiona sobre la pérdida de costumbres como “el arte de conversar”, la visita sin aviso a los amigos, comer acompañado y la desaparición de bares o cafés donde era posible permanecer todo el día sin que el mozo le pidiera la cuenta a nadie. Son cambios que tienden a unificar y homogenizar la experiencia vital y su aproximación estética, expresando a propósito de su visita a la zona de Arauco que “Me gusta lo heterogéneo, y por eso es mejor Talcahuano que Concepción que ya se está poniendo el traje de medida de la uniformidad, el que hace a todas las ciudades ser unas imitaciones pretenciosas del centro de Santiago, sin personalidad ninguna” (1970 d). Frente a este mundo masificado y anestesiado, el “café, el bar son centros de reunión, de información, de circulación de ideas. Que vayan desapareciendo indica la señal de nuevos tiempos. Tal vez la época en que vayamos siendo cada vez más “samurais” en el sentido de quedarnos más solos, con la soledad de tigres de la selva de cemento” (1970 a).

V

La supuesta idelización de la infancia que muchos lectores y críticos le han adjudicado a la poesía Teillier, fue negada por él mismo en un ensayo que tituló “La terrible infancia”. Aquí plantea que ciertamente existe esa mirada mitificada que surge del “espejo encantado de la memoria” (1965), y que transforma al niño en el “prototipo de una condición inocente y primitiva”. Pero también recuerda la crueldad, las “zonas negras”, los “pantanos en donde no nos gustaría sumergirnos”, propios de esa edad. En este sentido, respecto de su propia poética en relación al tema, aclara en otro artículo: “yo no canto a una infancia boba, en donde está ausente el mal, a una infancia idealizada; yo sé muy bien que la infancia es un estado que debemos alcanzar, una recreación de los sentidos para recibir limpiamente la “admiración ante las maravillas del mundo” (1968-69).
¿No sucede lo mismo, acaso, con el mundo nocturno, el espacio del bar y el alcohol? Me parece que muchas de las crónicas de Teillier, en las cuales reflexiona sobre el tema, expresan una doble aproximación hacia la noche y la bohemia: la validación de un espacio que permite pensar y experimentar el mundo de una manera distinta a la rutina cotidiana y la posibilidad de perderse en esta transfiguración: “El sol hace leer a las cosas tales como son, y a mí me gusta casi siempre leerlas transfiguradas” (1970 e). Pero también reconoce que “... cada bebedor solitario es un hombre que se interna en una aventura, va por su propio laberinto al final del cual no sabe qué monstruo le espera” (1970 c), lo cual puede ampliarse a una reflexión acerca de la suerte de muchos de sus compañeros de generación y, sobre todo, de las anteriores, cuando él mismo afirma que en los "bosques etílicos se perdieron tantas noches, tantas voluntades, tantas vocaciones” (1970 c). 
Ni la infancia ni la noche (ni la provincia) tienen un sentido positivo en una dimensión estrictamente referencial. Se constituyen en espacios críticos, de ambigüedad, que ponen en cuestionamiento la “realidad”. Lo mismo vemos en las fotos de Julia Toro, en las cuales reconocemos esa dimensión atemporal o, donde “el tiempo no es verdadero ni falso” (1970 e) del mundo teillieriano, que se identifica con la propia visión desdibujada por los años de esta fotógrafa, una mirada que los hace cómplices en una edad y en una generación. En palabras de Teillier “termino esta crónica para dirigirme a la “morada irreal”, como dicen los budistas zen, o sea, un lugar donde uno se sitúa en otro tiempo y en otro espacio, en este caso un viejo bar” (1980).



Bibliografía

García, Patricia. 2005. Retratos de Jorge Teillier. Fotografías y testimonios. Santiago: Autoedición. 

Merino, Roberto. 2001. “Las fotos malas no existen” (entrevista a Julia Toro). El Metropolitano 2 de diciembre: 14-15.

Teillier, Jorge. 1965. “La terrible infancia”. Las Últimas Noticias, 13 de noviembre: 4.

. 1968-69. “Sobre el mundo donde verdaderamente habito o la experiencia poética”. Trilce, Valdivia 14: 13-17. También publicado en Calderón, Alfonso (comp.). 1971. Antología de la poesía chilena contemporánea. Santiago: Universitaria: 351-359 y en su antología de 1971. Muertes y Maravillas. Santiago: Universitaria: 10-19.

. 1970 a. “Sobre la decadencia del arte de conversar”. Puro Chile, 7 de agosto: 7.

. 1970 b. “beber menos y mejor”. Puro Chile, 28 de octubre: 7.

. 1970 c. “El comedor solitario”. Puro Chile, 16 de noviembre: 7.

. 1970 d. “Sábado en el Huáscar”. Puro Chile 20 de noviembre: 7. 

. 1970 e. “El noctámbulo y su horóscopo”. Puro Chile 2 de diciembre: 7. 

. 1980. “Los “bares metafísicos” de un poeta”. El Mercurio 14 de noviembre: 4.