viernes, 27 de junio de 2008

miércoles, 11 de junio de 2008

El piano de Waldstein por Martín Cinzano.


(Fragmentos)


En los bordes todo apuntaría hacia la interrupción. Rostros aplastados, movimientos de manos, gestos secos: una muchacha cruza la frontera sobre el espacio ilimitado de Ciudad-Ajedrez. Recursividad aleatoria inundando el territorio. Adentro: lo gris, el afuera del contorno. Un incendio dentro de otro incendio (dentro de otro mundo). En el túnel del exterior el brío nunca es el mismo: llamas que se alejan, vuelven, se alejan. Fogatas bebiendo del caos. El Antiguo Vicio de la Imposibilidad. Fugarse de las fugas, huir: nada comienza, nada aparece, nada se acaba (es insoportable). Relativo: tráeme dos vasos y olvídate de la Destrucción de la Locura. Traición. (¿Y si no fuéramos más que esto, cayendo lentamente, lentamente, lentamente?) Un texto sobre nada ni para nada, “para ti o para nadie”. Imposibilidad, abrigo, desarraigo. Sintaxis del vicio del alcohol, anhelos de desmemoria arruinados por la reja de la incoherencia: de un lado a otro, de un trecho a otro. Ya no puedes volver. “Un concepto, es una bestia”. El lenguaje en su más irresoluta transparencia: sus hoyos dentro de más hoyos. Lenguaje refiriéndose al lenguaje. El piano se cierra antes de abrirse.

(...)

Hubo rincones: ya no hay caminos sino para obliterarlos en un espasmo voluntario que es como el cañón de una pistola apuntando hacia el contorno del hombre-letra (se abren las posibilidades, lentamente). Los extramuros de la Ciudad-Poema. Guantes quirúrgicos sin más contorsiones que el del puntilleo inexacto del devenir-tecla. El mar. Látex. Nidos de polvo. Teleobjetividad: desde la óptica del escritor todo transcurre sin acción: va y vuelve, una y otra vez. No hay descanso ni comienzo ni retardo para nada. Aparece la muchacha junto con Waldstein, borracho. Olvídalos. (Huye). Ahora.

(...)

Un recuerdo de Waldstein: abrir la puerta y encontrar a la muchacha metiéndose piezas de ajedrez en la vagina. Mirarla como se mira a niños correr para no ser alcanzados por las olas, en una playa. Mirarla sin mirarla, sin hablar, sin tocar. Meterte tú también las torres y el rey a la boca y vencer a los muertos con una sonrisa abierta. Waldstein en el sueño de la muchacha: menos que una mancha, casi una gota. Entonces: olvida su nombre, levanta el dedo (Risas de alguien) y empieza la sinfonía. “Sombra Tenue, Sombra Tenue”. Reunidos en torno a los lanzallamas del caos. No. Asesinos a sueldo en la vida impersonal. Sí. Honestidad: ya no puedes regresar a tu país. Misterio: mirarla sin mirarla.


Lo había golpeado repetidas veces. En las piernas, en los hombros, en el pecho. Diseccionó su cara y se entretuvo durante horas en esa cartografía roja. Nada cicatrizó. Si alguien hubiese sacado una foto del boxeador en el mismo momento en que la banda de asesinos penetraba en la cantina, buscando a Waldstein, todo se habría incendiado. Conjeturas. Collages especulativos. Lápices que contienen una vanguardia completa, irreal. En un stencil se puede apreciar el rostro del boxeador mirándose al espejo, fumando. Abajo dice: “Ciudad-Poema”. En otro, observo un piano partido en dos. Abajo, alguien escribió: “nada es bastante real para un fantasma”. Lo había golpeado varias veces, sin mirar (“el boxeador eres tú, el boxeador eres tú”), para desintoxicarse o tal vez para volver.

(...)

Juan Emar. Estoy hasta la tusa. Nadie muere la víspera o la vida escandalosa de Waldstein. Su piano: la vida impersonal. Existe, desde luego, la historia del médico que perdió a toda su familia en un choque y que luego se fue a vivir como un ermitaño entre las quebradas de los cerros cercanos al lugar del accidente, alimentándose únicamente a base de deshechos arrojados por seres a los que nunca quiso ver. Una historia infame. Un historia del silencio. Maurice Blanchot, etc. El destino agarrándose a sí mismo de los pelos, y tú aferrándote a la singularidad de la vida impersonal. “Acuéstate sobre el piano” oyó la muchacha. La cámara enfoca entonces la silueta del ermitaño comiendo vorazmente un racimo de uvas (Felisberto ensaya un intermezzo versátil) y la banda de asesinos prefiere sentarse a descansar y beber pisco con hielo. Nuevamente, podemos ver a Sombra Tenue. (Tranquilidad, el asunto es siempre policial.)

(...)

Nunca leyeron. Boca de Sal se lo contaría todo a Sombra Tenue, pero Borges seguiría rechazando la cerveza de la muchacha. Desconfiar del prójimo como la única ética posible. No leer como la mejor forma de leer: Waldstein se lo diría a Boca de Sal y Boca de Sal se enjuagaría los labios de una buena vez. Un poema en el que alguien tiene una breve historia con la historia y después desaparece para siempre. La despedida y el desperdicio: el tren iba cargado con diversos materiales alusivos a los tiempos del desierto negro, el mejor y más álgido momento de las bandas, los cuartetos, los combos, los sextetos, cuando quizás el piano de Waldstein… Collages especulativos, manifestaciones del Horror, morfologías del Espanto. Leer como la mejor forma de no-leer. Pablo de Rokha en un rincón del Cine-Temblor-de-Cielo. Nuevamente se proyecta una película, pero ahora la música está directamente interpretada por Cecil Taylor. Arreglos de Felisberto. Entrada liberada. Una tira cómica en la que alguien tiene una breve historia con la historia y después desaparece para siempre. “Nadie sabe más que los muertos”, etc.